El Estado galo era un fiel reflejo de la sociedad europea
de la época, con una economía feudal y un modelo político
absolutista con tres clases sociales bien definidas: el primer estado,
la Iglesia; el segundo estado, la nobleza; y el tercer estado, el pueblo llano,
formado por burguesía, campesinos y siervos.
Como en el resto de sistemas absolutistas, el segundo
estado ostentaba el poder político y gracias al feudalismo podía
exigir el tributo y las cosechas de los campesinos. El problema era que el
feudalismo hacía aguas desde un punto de vista económico y las
finanzas del Estado se encontraban en una situación precaria.
La deuda del
Estado se había disparado por el alto coste de mantenimiento que exigía el
ejército real, el alto número de cargos públicos y, sobre todo, los lujos que
rodeaban la vida en la corte.
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